Volver a las calles

Han sido días de tempestad para el gobierno de la Cuarta Transformación. La necesidad de establecer un marco normativo que permita reordenar la adscripción y funcionamiento de la Guardia Nacional ante la encomienda de procurar la seguridad y extienda el periodo aprobado para su presencia en el territorio ha detonado una oleada de críticas de un amplio espectro político en donde igual convergen los usuales quijotes del conservadurismo decididos a condenar cualquier esfuerzo que provenga del Ejecutivo federal, como sectores de la sociedad civil que, aunque de talante progresista, miran con recelo la decisión de fortalecer los mandos militares como vía para la paz.

Si bien, entre estos cuestionamientos pueden encontrarse diferencias de fondo que radican en los fines que persiguen, en su responsabilidad ante las causas que catalizan entornos de inseguridad y violencia, y en la conciencia de la necesidad de articular soluciones junto a la ciudadanía, todos ellos parecen compartir un rasgo común: su desdén hacia los sentires y pensares de la sociedad mexicana, que ha sabido manifestar en abrumadora mayoría su respaldo a la presencia de las fuerzas armadas en el territorio nacional, expresando en ello tanto su desconfianza en las policías locales, como la tranquilidad que brinda que elementos de la Guardia Nacional patrullen sus colonias y localidades ante el acecho del crimen organizado.

El abismo que media entre las narrativas con que unos y otros se aporrean en la arena pública y las preocupaciones que dimanan del pueblo no representa ninguna novedad. Después de todo, uno de los mejores signos de noche neoliberal fue el del ahondamiento de una brecha entre el diagnóstico de los problemas públicos que postulaban las cúpulas políticas y tecnócratas y la experiencia concreta y cotidiana que, sobre los mismos, mantenían las mayorías de nuestro país. Fue precisamente esta brecha la que permitió que Morena avanzara con éxito durante su etapa de fundación y conformación como una alternativa política válida, pues le permitió tender un puente entre la definición de un proyecto de nación con los anhelos y expectativas que palpitan desde el interior de los territorios y comunidades.

Esta sólida convicción morenista de anclar y enriquecer su programa político con base en la retroalimentación que se produce en el contacto con la ciudadanía, en la presencia activa en las calles, las universidades, las fábricas y las plazas públicas enfrentó a inicios de este sexenio dos obstáculos: En primer lugar, la incorporación al aparato del Estado de varios de sus más destacados militantes y simpatizantes, tanto a nivel federal como estatal y municipal, que si bien permitió dar pasos importantes en la regeneración del servicio público, terminó por vaciar de liderazgos al partido. En segundo lugar, la irrupción de la pandemia Covid-19, que obligó al mundo a replegarse a sus hogares, haciendo imposible los encuentros multitudinarios y el trabajo informativo puerta por puerta.

Por fortuna, tras la vacunación de la mayoría de la población, el segundo obstáculo parece haberse resuelto y de poco en poco la rutina de millones ha recuperado de su ajetreado ritmo. Respecto al primer escollo, podemos decir que éstos últimos cuatro años han significado para muchas y muchos funcionarios la adaptación a las responsabilidades que implican las funciones administrativas encomendadas, además que han visto emerger una nueva camada de liderazgos decididos a defender y profundizar la transformación iniciada en julio de 2018. Ante estos hechos, me parece que no existe pretexto alguno para negarse a retomar la vocación que distinguió a Morena durante sus primeros albores: la de ocupar, con feroz dignidad, el espacio público.

Aunque nadie puede discutir el potente respaldo social que el pueblo de México dirige a los postulados enarbolados por la Cuarta Transformación, debe quedarnos claro que éste requiere actualizarse constantemente pues, como lo han mostrado otras experiencias alrededor del mundo, replegarse tras los escritorios parlamentarios o gubernamentales termina por abrir paso al retorno del conservadurismo. En tal sentido, el partido debe retomar con urgencia, frente al asedio de quienes buscan truncar sus mejores aspiraciones con base en la confusión y la corrupción, su tarea como movilizador de conciencias y espacio articulador de luchas y utopías, haciendo acto de presencia en las calles y plazas públicas, espacio al que ninguna agrupación de izquierda debe darse permiso a renunciar. Esperamos el llamado.

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