Contra la hipocresía
Al mediodía, decenas de miles marchaban sobre el Paseo de la Reforma. Desde temprano, algunos de los más abyectos referentes del conservadurismo vaticinaban el triunfo de su convocatoria. Más tarde, la calle era escenario de pancartas con lemas para exigir (en una suerte de desangelada ironía) respeto irrestricto al sufragio; otras, más temerarias, entrelucían loas al privilegio, la superchería y el aspiracionismo. Desde luego, al frente de los contingentes avanzaban orgullosos algunos de los responsables de las más graves afrentas contra la democracia que haya tenido que soportar este país: Vicente Fox, Gustavo de Hoyos, Margarita Zavala, Elba Esther Gordillo, Felipe Calderón y Alejandro Moreno. Todos unidos en contra el sueño extendido a todos los rincones el país para transformar aquello que perjudicó tanto.
La verdad es que no entienden que no entienden. Se alzan dignos y orgullosos desde sus curules, sus cuentas de Twitter y programas de radio y televisión para vociferar su devoción acérrima a la democracia. Desgastan sus gargantas para recriminarle al presidente hasta el cambio de estación y posan un supuesto activismo que les fue ajeno durante los episodios más cruentos de despojo y persecución que ha padecido este país, convencidos de que su algazara convencerá a las y los mexicanos de que hoy al fin, luego de décadas de abusos, corrupción, nepotismo y ostentación cometidas bajo su sello y firma, están genuinamente de lado de su bienestar. Pero ahí radica el peor de sus errores, pensar que el pueblo es tonto o que carece de memoria suficiente para recordar sus atracos y que no basta más que el circo que despachan en los medios para persuadirlos de su interés de impedir nuestra ansiada transformación.
Políticos blanquiazules, tricolores y anaranjados, encumbrados de activistas de la sociedad civil organizada, salen a las calles a lanzar consignas embusteras para defender al INE y denunciar una supuesta arremetida del gobierno de la Cuarta Transformación contra la democracia. Son unos falsos. Lo que en el fondo quieren es perpetuar un sistema democrático que siempre fue generoso con sus intereses, que consintió su enriquecimiento ilícito, que se sostuvo omiso a su compraventa de voluntades y que avaló fraudes en contra de la voluntad de millones. Con ello, demuestran su desprecio a las demandas de la ciudadanía, que lleva más de dos décadas exigiendo cambios al orden democrático para que sea su voz y no la de los potentados la que guíe la vida democrática en el país.
Por suerte no hace falta devolver el grito, o acusarlos de mezquinos, de payasos al servicio del privilegio y la desigualdad, empantanándose en un juego de dimes y diretes que desde hace tiempo tiene harto a este país. Después de todo, les gritan en la cara los años de usura de los que fueron cómplices. Les gritan en la cara los millones de víctimas de las políticas de empobrecimiento que fueron dictadas desde las cúpulas de sus partidos mientras ostentaron el poder. Les gritan en la cara los cadáveres de Tlatelolco, Tlatlaya, Acteal, Atenco y la Guardería ABC. Les gritan en la cara los fraudes electorales de 1988 y de 2006. Les gritan en la cara los ecos de Digna, de Nadia y de Miroslava. Les gritan en la cara las voces de 43 estudiantes desaparecidos en la oscura noche de Iguala y ante la que exhibieron, cuando no una complicidad rampante, apenas una timorata inconformidad.
En última instancia, es la historia la que responde a su barullo mezquino, es el pueblo que ya los juzgó una vez en julio de 2018 y que, con toda seguridad, volverá a hacerlo en 2024, cuando quede confirmando lo que tanto aborrecen: que la defensa de nuestras instituciones y de nuestros derechos no se encuentra en sus desplantes hipócritas, sino que vive en la convicción irrenunciable de este país de seguir haciendo a la Cuarta Transformación en el movimiento de justicia social con mayor respaldo popular del que se tenga registro en nuestra historia.
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