Vencer es perdurar
Fueron décadas de corrupción, de represión y expoliación contra los grandes sectores sociales, de cúpulas intoxicadas de vanidad encantadas de encumbrar su pérfido reparto de utilidades extraídas de la riqueza de la nación. Fueron décadas de falacias, de elocuentes discursos sobre globalización y desarrollo que enmascaraban la audacia de quienes pretendían apropiarse del erario con el único fin de ensanchar su patrimonio, sin que en ello importara la multiplicación de la miseria en el país. Fueron décadas de degradación sostenida del ingreso, de la erosión progresiva de los sistemas de protección social y de la más mezquina manipulación de la pobreza, que su vez contrastó con el ascenso de nuevas fortunas multimillonarias entre los cómplices e hijos predilectos del régimen neoliberal.
Hartos de esta obscena relación de poder, 30 millones de mexicanos culminaron en julio de 2018 lo que hasta ese momento habían sido décadas de lucha y resistencia en contra de abusos policiales, intentos de despojo y concesiones judiciales, todas manifestaciones de la opresión asfixiante del autoritarismo y la insaciable codicia de quienes, habiendo renunciando a su obligación de servir, se habían acostumbrado a aprovecharse del poder público para preservar sus privilegios y garantizar su plena impunidad. Aquellos 30 millones de electores determinaron que era entonces necesario un giro de tomón y otorgaron su confianza a Andrés Manuel López Obrador para iniciar una transformación que garantizara la regeneración del servicio público y devolviera a dignidad a quienes habían sido históricamente excluidos.
Los cinco años siguientes nos servirían entonces para atestiguar una de las más potentes revoluciones en favor de los desposeídos y marginados que se haya registrado en el país. La recuperación inédita del salario, el férreo combate al dispendio y la deshonestidad, la constitucionalidad y ampliación histórica de los programas sociales, la edificación de infraestructura de gran envergadura para detonar el bienestar en el sureste, la consolidación de una auténtica democracia sindical y la recuperación de la industria petrolera han sido sólo algunos de los pasos dados en esta dirección.
Sin embargo, el sexenio también nos ha demostrado que ante el desastre social y económico que nos heredaron los gobiernos corruptos del pasado y los obstáculos que aún hoy siguen imponiendo quienes se oponen a esta transformación es menester hacer que nuestros arrestos transformadores trasciendan el espacio de incidencia del poder ejecutivo, para así trastocar, ocupar y reorientar la agenda del resto de las instancias que tienen un papel relevante en la construcción del porvenir de la nación. Éste es un objetivo que requiere, por ejemplo, tanto del examen crítico de los organismos constitucionalmente autónomos, como de la construcción de contrapesos mediáticos; que exige de una reforma profunda al poder judicial, lo mismo que de una renovación del quehacer académico y la incidencia social.
Sería ingenuo pensar que semejantes retos lograrían cumplirse en un lapso de apenas seis años, los cuales, para colmo, fueron atravesados por una pandemia que detuvo por casi dos años el reloj global de la cooperación y el desarrollo. En realidad, los logros y atascos que han marcado los primeros años de travesía del nuevo proyecto de nación de poco en poco se han descubierto como rasgos iniciales de un viaje que seguramente requerirá de varios años más de remo para alcanzar el puerto anhelado. Esto es importante para los 30 millones de mexicanos y mexicanas que depositamos nuestra confianza en la visión de país enarbolada por el ahora presidente Andrés Manuel, pues nos exige comprender que su concreción requiere que el ímpetu transformador se sostenga en el poder para así alcanzar a desmontar todas las trampas de la corrupción y la desigualdad que aún persisten en el sistema político mexicano.
Escribo estas líneas a pocos días de haber conocido las reglas y acuerdos consensados por el Consejo Nacional de Morena para determinar quién será su próximo candidato o candidata rumbo al proceso de sucesión sexenal. Las escribo satisfecho pues sé que quienes han levantado la mano para disputarse el relevo presidencial gozan de suficientes atributos éticos y técnicos para defender y profundizar la transformación iniciada, pero, sobre todo, lo hago convencido de que nuestra convicción de cambio requiere ser capaz de ir más allá del forcejeo coyuntural entre egos y figuras, para en su lugar reconocernos en unidad como compañeros y compañeros de una misma nave de batalla que deberá surcar los mares del porvenir cuando menos, así lo pienso, doce años más.
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