Los peligros de la estridencia

El martes de esta semana, durante el protocolo de registro como aspirantes a la candidatura presidencial del Frente Amplio por México, Santiago Creel llamó la atención de los medios y la ciudadanía luego de perder los estribos mientras arremetía, en una furibunda perorata, en contra del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador. Con ella, rompió con la estampa circunspecta y donairosa a la que nos había acostumbrado con el paso de los años. Con la voz entrecortada y un semblante visiblemente afectado, el panista convocó a la militancia de su partido a enarbolar todo el coraje acumulado durante estos últimos años de gobierno y emplearlo para derrocar al tirano residente de Palacio Nacional. Sobre su visión de país y proyecto de gobierno, no se dijo nada. 

A mediados de abril de este año, mientras transcurría la ceremonia de entrega de la medalla Belisario Domínguez, máxima condecoración entregada por el Senado de la República a ciudadanos y ciudadanas eminentes, Lily Téllez se abalanzó furiosa en contra del vocero de la Presidencia de la República, Jesús Ramírez Cuevas, para recriminarle por encarnar los vicios del dictador Victoriano Huerta, mientras imputaba a la administración en turno adjetivos como hipócrita y cobarde. La confrontación, frente a la que el funcionario federal se mantuvo incólume, llegó a requerir de la intermediación de otras senadoras presentes para atenuar los ánimos intemperantes de la sonorense, que durante varios minutos continuó su monserga. Sobre la contribución de Elena Poniatowska, la galardonada, a la política y la literatura, la senadora comentó muy poco. Sobre su visión de país y proyecto de gobierno, no dijo nada.

A finales del año pasado, durante sesión ordinaria de debate en el Senado de la República para analizar y dictaminar el llamado Plan B, con el que el Ejecutivo federal buscaba impulsar la modificación de diversas legislaciones para reformular el sistema electoral mexicano, Xóchitl Gálvez subió a tribuna ataviada con la botarga de un tiranosaurio de color aceitunado, la cual utilizó para caricaturizar los arrestos de transformar el modelo democrático nacional, frente al diagnóstico de sus costos onerosos, su cuestionada imparcialidad y su incapacidad de garantizar que la voluntad popular se materialice en forma de gobierno. La jocosa exhibición captó la atención de los medios quienes difundieron la nota toda la semana. Sin embargo, sobre el estado de la democracia mexicana y las alternativas viables para su regeneración, no se escuchó nada. 

Estos tres casos se suman a muchos otros en donde la estridencia del acto político adquiere mayor relevancia mediática que el contenido del argumento o el fondo de la postura que lo sostiene: las lágrimas de la senadora Patricia Mercado tras el despido de Edmundo Jacobo en el INE; la rabieta de la alcaldesa Sandra Cuevas luego del hallazgo de propaganda política en contra de la jefa de gobierno de la Ciudad de México; el efusivo desdén de la ministra Norma Piña para participar en los conversatorios convocados por la Cámara de Diputados para discutir la reforma a la SCJN o los spots acusatorios de Alejandro Moreno en los que, aturdido por el éxodo que vive su partido, despotrica inútilmente contra propios y extraños. Todos ellos son muestras de la elección de una política que ha decidido renunciar a las plataformas ideológicas y que en cambio se adhiere a un estilo fincado en balances maniqueos de la realidad y gallardías artificiales que, como lo hemos visto en Estados Unidos o en Brasil, es capaz de engendrar monstruos. 

En una era en donde la construcción de un perfil político se apoya del diagnóstico que ofrece la mercadotecnia, es imposible sostener que la estridencia, tan atractiva para los reflectores y espectaculares, no sea un componente natural de las pugnas que se desarrollan en la arena pública, especialmente cuando éstas confluyen en la competencia electoral. Sin embargo, cuando ésta se convierte en el único ariete utilizado para penetrar en la conciencia de la población ya no para robustecer y anclar socialmente un programa, sino para infundir filias y fobias que sirvan a intereses de grupo y coyuntura, la política pierde sentido, abandonando su potencial histórico y reduciéndose así a un vehículo hueco utilizado sólo para asumir cargos públicos.

Por estas razones, y ante la tentación de que haya quienes, entre la izquierda, sean seducidos por este tipo de prácticas, como de pronto de atisba entre algunas acometidas, debemos insistir todos los días en la responsabilidad de plantear, de discutir y de actualizar, no sólo como militancia de un partido sino de una transformación, una visión de municipio, de región, de entidad y de país que corresponda con los preceptos e ideales que sustentan el nuevo proyecto de nación; un programa que, sin depender de bataholas, albergue el pundonor de las incontables luchas que nos antecedieron, responde cabalmente a los clamores y dolores de cada territorio y se inspire en la utopía de otros mundos posibles.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Juventudes a la expectativa del Congreso

Crítica o estrategia

Culpar a los náufragos