Vamos a andar

Conforme nos acercamos a los comicios de 2024 las aguas que navega el movimiento de la cuarta transformación y las izquierdas que aglutina parecen cada vez más turbias. Con el avance de los meses se observan a todo lo ancho del territorio nuevos destapes, declaratorias de alianzas y postales fotográficas que dan cuenta de una clase política inquieta, presurosa por convertir este “tiempo de definiciones” en un escaparate de sus propios proyectos y agendas políticas.

Es verdad que esto último es natural en cualquier coyuntura electoral, más tratándose de la sucesión presidencial, sin embargo, no estaría de más recodar que por encima de aquella teatralidad, se haya el pulso palpitante de proyecto de nación del que, si bien ya se han colocado los cimientos, aún resta mucho por hacer para consolidar. 

De esto quiero hablar, pues he notado que entre muchas y muchos compañeros subsiste la legítima preocupación del curso que, frente al penoso espectáculo que en ocasiones ofrecen las aspiraciones de quienes han sido seducidos por el poder, tomará el proyecto transformador obradorista. Al respecto, me gustaría comenzar invitándoles a recuperar el valor de la utopía, esa porfiada voluntad de hacer del horizonte un llamado, no un pronóstico.

Reflejo del derecho a soñar, el significado de la utopía radica en la capacidad de imaginar otros modos de organización política distintos a los hegemónicos, los cuales, rompiendo con el orden de las cosas, garanticen nuevas condiciones de inclusión, igualdad y bienestar para nuestras sociedades, pero especialmente para quienes han sido históricamente excluidos.

El poder de la utopía radica en que ésta sirve como fuente de inspiración y motor de movilización, pues una vez que somos capaces de colocar los preceptos e ideales que le dan forma en nuestras cabezas, pronto imbuye nuestras agallas con una implacable voluntad de hacer todo cuando sea posible para acercarnos más a esa promesa y es así como, bajo su luz, uno encuentra las certezas necesarias para recorrer la vereda escarpada que implica cualquier revolución, incluida la revolución de las conciencias.

Por esta razón, considero que debemos intentar convertir en una faceta cotidiana de nuestro quehacer político las conversaciones sobre el mundo al que aspiramos, para en ello adquirir la fuerza que se requiere para deshacernos de las inercias y prácticas que moldearon el régimen corrupto y desigual que nos impuso el pasado neoliberal y entonces comprometernos con la fabricación de un presente que apunte a conquistar nuestros anhelos más audaces. 

Claro está que este ejercicio epistemológico no basta para garantizar que el influjo de tartufos socave nuestros alientos de cambio. De hecho, la utopía constituye sólo el indispensable punto de partida para defender y profundizar nuestro proyecto transformador. La siguiente actitud que me gustaría que mis lectores tuvieran en cuenta se inspira en una vieja canción de Silvio que, desde 1980, nos convocaba a un acto sencillo, pero increíblemente poderoso: andar. 

Andar, cantaría el cubano, consistiría en emprender el arduo recorrido que implica azuzar el levantamiento y enfrentar los demonios del poder y el egoísmo, encontrando en ello complicidades irrepetibles. Es así como andar entraña el impulso de dejar atrás el cómodo diván de la rutina para salir a las calles, a los pueblos y los barrios para contagiar de esperanza a quienes encontremos en el camino, no con el fatuo afán de convencer, sino de dialogar con las causas y banderas que palpitan en el territorio y actualizar, bajo sus signos y programas, nuestra estrategia. Se trata de caminar para alzar al perezoso y vencer la soledad.  

Escribo este pequeño texto horas antes de unirme a las legiones de ciudadanos y ciudadanas que en todos los rincones del Estado de México se encuentran dedicando suela, sudor y saliva para liquidar un régimen que por casi un siglo secuestró el poder en favor de unos cuantos potentados. Lo hago entusiasta y expectante, convencido de que no será sino sólo mediante el diálogo entre el andar y la utopía que será posible no sólo vencer los siniestros intereses que hoy se oponen a la cuarta transformación, sino también a los mercenarios que, infiltrándose en sus entrañas, buscan descarrilarla. 

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