Un cumplido
Para mis camaradas, en el norte, en el centro y en el sur, infatigables en la tarea de transformar el mundo, necios y necias implacables.
No saben cuánto los admiro; por tercos, por disparatados, por idealistas sin remedio ni reparo. Porque no renuncian a los muelles desde donde vieron zarpar sus primeros sueños de sures ensanchados; por aferrarse a su tarea de alfareros de auroras y avalanchas, de ceramistas de horizontes en tiempos de tifones despiadados; por penetrar el crepúsculo con las manos hundidas en esa fecunda mixtura de lodo y barro que amasa la historia entre gritos, llantos, ebriedades y utopías descarnadas; por los sacrificios de besos, de deleites y anonimatos que consagran diariamente a los anhelos de cambio, a esa irrenunciable solidaridad con los más aplastados.
No renuncien, por favor no cedan. Recuerden que son sus empeños los que mejor abonan al huerto de las dichas colectivas, los que tejen las redes de confianza, de ternura y empatía que sostienen el ideal de un país justo y generoso. No son los discursos pomposos, la elocuente tribuna, el retrato oportuno que sirve sólo a la presunción. No son las muecas entrenadas, ni la perspicaz felicitación. Son sus gestas cotidianas, la asamblea de vecinos que reúnen al concluir el jornal, el folleto que imprimen en casa para entregar la mañana siguiente en brigada, son los círculos de estudio, los llamados a marchar y no olvidar, los tianguis solidarios que alientan y organizan los que dan forma al proyecto en el que convergen nuestras luchas y se multiplican nuestras esperanzas.
Nada podrá hacer la penumbra contra ustedes, ni los hábitos siniestros que acechan el oleaje que somos. Después de todo, han nacido con un bastión de grillos estridentes asilados entre su conciencia y su hambre de futuro. Además, es cierto que sus músculos se tensan con la angustia y el desamparo de los otros; que hacen suya una añeja memoria de hermandad y cuidado mutuo, descartada entre el barullo de motores y cajas registradoras, para entonces arrancar una vez más su frenética búsqueda de respuestas que ofrezcan alivio a los pesares que ahogan a los territorios de abajo, que acorten las brechas abyectas de un mundo desigual, sin abandonar ni un instante la misión de expandir los confines de la organización social y popular.
Con todo, deseo que nunca falte vigor en sus piernas para recorrer las distancias que mantienen vedadas los resquicios mugrientos y desvencijados del mundo de los paisajes febriles del gran capital. Que los sueños, la rabia y los abrazos nunca les sean escasos; que atesoren el sol y bajo sus pestañas descansen los viejos cantares sobre libertad, justicia y amor incorregible; que permanezca la tempestad bajo su piel como una armadura contra el fetiche del poder y la hipocresía; y que las dudas siempre los acompañen, para desconfiar de todo aquello que se ufana de definitivo y acoger, en cambio, todo aquello que apuesta por un dialéctico porvenir.
El destino de los mundos que nos envuelven y atraviesan pende a todo momento de las hebras que desasen nuestros ideales, actos y acometidas. Con cada desplante de egoísmo y con cada muestra de camaradería, los hilos se adelgazan o robustecen. Por eso, aún cuando el panorama luce desalentador, cuando el cálculo aparenta proceder al código o cuando simplemente la avaricia vuelve a confabular contra la revolución, recuerdo que están ustedes, amorosos aún en el más álgido rincón de invierno, íntegros hasta la empuñadura, para demostrar que este país es más que sus penas y congojas, más que sus tartufos y canallas, que es hogar de un pueblo digno y espléndido por el que vale la pena luchar. Para ustedes, este cumplido.
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