La cárcel se va quedando atrás

Por años intentaron disuadirnos de asumir un compromiso con el presente. Ansiaban reducirnos a una legión de marionetas, hacer del conformismo y la indolencia nuestro bastión y para ello, desde pequeños, implementaron en nuestra contra artilugios, falacias y espejismos con los que buscaron administrar nuestro de derecho a soñar, de ponerle candados y barrotes a la humana necesidad de imaginar nuevos horizontes y aplastar en el camino cualquier atisbo de rebeldía. En todo ese tiempo torpedearon abusos y chantajes por casi todos los flancos, desde los más íntimos y cotidianos, hasta los más públicos, de talante casi universal.

El granadero que irrumpió en una marcha, instruido para amilanar a macanazos cualquier consigna que osara poner en entredicho las inercias del poder; la televisora obsesionada en suministrar a sus audiencias dosis diarias de prejuicios, de quimeras y vacuos aspiracionismos, cuidadosamente empaquetadas en formato de melodramas; el funcionario que abrió las puertas de la educación a la codicia corporativa y la soberbia oficialista, para hacer de los libros de texto lo mismo homenajes a la amnesia que negocios lucrativos para algún compinche predador; todos ellos se sumaron a una larga lista de truhanes que dejaron avanzar décadas encantados con envenenar nuestros mejores arrojos con tinieblas y dudas.

Pero eso no fue lo peor. Acaso aún más grave fueron todos sus esfuerzos para arrebatarnos las palabras, esas mismas que nos guían y moldean, ofuscados en monopolizar el derecho de significarlas, de colmarlas de potencia y contenido, para garantizar que sólo fuesen serviles a sus propios intereses, para convertirlas en herramientas de su lujo y privilegio, no más que llaves resguardas por celadores para apartar el timón de los anhelos populares. De esta forma, pasaron años en los que hicieron cuando fuese posible para apoderarse de conceptos como solidaridad, paz, verdad y libertad. Celebraron foros e inauguraron iniciativas para ilustrarnos con sus epistemes, alejándolas tanto como se pudiera de nuestra sed de arietes y centellas.

Estuvieron cerca, no lo niego. Faltó poco para que mezquinos y corruptos nos impregnaran todos los mañanas con su vanidad y tóxica codicia. Vaya que se esmeraron. Apostaron por privatizarlo todo y no bastándoles los trenes y los bancos, buscaron ponerle precio hasta a la democracia, para así incorporarla a su patrimonio como una más de sus mercancías lista para ofrecerla al mejor postor. Pero salimos, nos encontramos en las calles en una fabulosa primavera y cuanto estaban cerca de hundir el último clavo al ataúd nacional nos organizamos, nos reconocimos semejantes y entonces fuimos ríos de gente alzando la voz en unísono para exigir “Ya basta”. 

Y fue así que con la convicción de nuestras voces y la fortaleza de nuestra movilización logramos arruinarles a esas sórdidas cúpulas el plan de seguir haciendo del país festín para unos cuantos, para en su lugar llevar al poder a un tabasqueño convencido que no existía otra forma de avanzar como nación que poniendo a los más pobres primero. Fue así como arrancó, como no había ocurrido en décadas, un gobierno decidido a fincar su programa no en los diagnósticos de una ilustre comentocracia, sino en nuestras pasiones, preocupaciones y esperanzas, de manera que sus objetivos y consignas dejarán de ser postales de eventos y pudieran ser igualmente abrazadas por todas y todos.

Desde entonces hemos ido recuperando propiedad sobre las palabras, con cada vez más frecuencia las discutimos y reflexionamos, lo mismo en los salones de clases que en el transporte público. Transformación, bienestar, historia, memoria y justicia han vuelto a ser conceptos que se entremezclan con el sudor de las fábricas, los vapores de la cocina, el sonido del metro y el canto temprano de los gallos, pues han vuelto a las manos de las muchedumbres que se envuelven en el pulso más profundo de la historia, de los estudiantes, campesinos, obreros y comerciantes. Y es así como en la gratitud y las esperanzas vivas del pueblo el programa se recrea y fortalece. 

Como era de esperarse, conforme recuperamos nuestra cercanía con las palabras vino también el impulso eléctrico del compromiso, ese que nos convoca a salir a las calles para defender ideales y derribar a embusteros, el que nos exige asumir nuestro lugar en la disputa por un presente que deje de servir como escenario de la explotación y la desigualdad, y en cambio sea campo fértil para imaginar un país en donde los derechos florezcan y en donde no haya una sola persona que tenga vedada el destino próspero que se merece. Todavía hay mucha penumbra que combatir, muchos engaños que nublan nuestro alfabeto, pero de poco en poco la liberación avanza. El imperativo es no renunciar.

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