Del derecho a transformar
Ante el barullo que han traído consigo los respingos y manoteos de consejeros y comisionados del INE y el INAI, quisiera proponerles conversar sobre los ecos de ese minúsculo artículo 39, desdeñado por las huestes del conservadurismo moderno, de nuestra Carta Magna, que reza:
“La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.”
Más de un siglo lleva esa sentencia plasmada en nuestra Constitución, escrita precisamente en los álgidos debates que produjo la energía constituyente de la tercera transformación. Un par de artículos más adelante la Carta Magna decreta, previniendo los riesgos de más disputas populares, lo siguiente:
“El pueblo ejerce su soberanía por medio de los Poderes de la Unión, en los casos de la competencia de éstos, y por los de los Estados y la Ciudad de México…”
Ninguna mención al INE, al INAI o algún otro de aquellos pomposos órganos constitucionalmente autónomos. El derecho del pueblo para transformar su gobierno transitará sólo a través de los Poderes de la Unión.
Pero eso que importa para Edmundo y Lorenzo, que se sonríen de frente a la masiva exigencia social de austeridad y democracia auténtica. Convertidos en adalides de la legalidad, secuestran el derecho de las y los mexicanos a transformar sus instituciones arguyendo el cumplimiento de su Estado de derecho.
Mientras se consagran palmadas a la espalda y hacen avanzar, en lóbregas tertulias con jueces cómplices de la avaricia, amparos y recursos de inconstitucionalidad, el eco de sus actos musita a la nación: El Estado somos nosotros, son estas cúpulas, éstos compadrazgos, es esta obcecación parasitaria. El susurro de Luis XVI se filtra así entre las rendijas de las oficinas en la colonia Arenal Tepepan.
Pero su celebración será momentánea. El filo de su hipocresía no durará más que el chubasco de medianoche, antes que vuelva a remontar el sol del alba, radiante con la claridad de que su legado jurídico es otro más de los grilletes de los que habremos de liberarnos para rehacer el país, ya no desde su mezquindad sino del abrazo tibio de la solidaridad y la memoria.
Los ecos de 1917 prevalecerán. La soberanía conquistará. Solo esperen a escuchar nuestros cantos este 18 de marzo.
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