Los adalides de la consulta
Tras dieciséis días trascurridos luego de la celebración de uno de los más interesantes (e injustamente desairados) ejercicios de democracia participativa en México, la conversación sobre los efectos de la consulta popular para procesar penalmente a cinco expresidentes ha cedido su lugar, como ocurre siempre en la tornadiza opinión pública, a otros temas que hoy gozan de mayor luminosidad. No obstante, valdría la pena recuperar algunas de las lecciones y sorpresas que resultaron de dicha iniciativa, la cual implicó la participación de más de 6.6 millones de mexicanos, un número que, como ha sido señalado en múltiples medios, rebasa en abundancia lo registrado en procesos similares realizados previamente.
Esta ocasión me gustaría subrayar los efectos que la consulta tuvo en el ascenso y reconocimiento al protagonismo de una nueva generación de activistas y dirigentes que, tomando en cuenta la nutrida participación ciudadana, han probado estar en condiciones de disputar el liderazgo del pulso popular que inspira y guía a decenas de miles de militantes y simpatizantes de izquierda, y cuyo fragor e independencia del falaz comedimiento que distingue a las viejas prácticas de la política mexicana renueva las esperanzas respecto a los principios y convicciones enarbolados por la Cuarta Transformación.
Ante la indiferencia que la mayor parte de la clase política institucionalizada mostró frente al vigoroso llamado a participar en la consulta, pronunciada por el desgaste físico y económico que produjo el proceso electoral culminado el 6 de junio pasado, esta generación de jóvenes, entre los que destacan nombres como Ariana Sánchez Bahena, Omar García, Alina Duarte, Viridiana Hernández, Anylú Hernández Sepúlveda y Diego Hernández, se elevó entre los obstáculos que enfrentó prácticamente a todo lo largo del proceso la consulta popular e hizo patente su ingenio, capacidad y aplomo para hacer llegar un mensaje de justicia y reparación histórica a casi todos los puntos del territorio nacional.
El curso de los próximos años dirá si esta generación fue capaz de enfrentar con éxito las inercias y anacronismos del quehacer político dominante, incluidas las argucias y artimañas de quienes, ostentándose como devotos obradoristas, traicionan en la práctica sus principios más elementales; sin embargo, podemos afirmar que entre los éxitos de esta consulta se cuenta ya la demostración de que, tras décadas de ardua cimentación de un movimiento de dimensión histórica, hoy se abre paso una nueva camada de jóvenes adalides decididos a extender legítimamente las fronteras del proyecto de transformación en curso.
Con todo lo anterior, quizá valga la pena tener presente como última lección de esta refrescante andanada de ímpetus el recordatorio de que la arena política es una constante disputa, una creación continua y diacrónica, la condensación de la pugna entre lo pasado que se niega a su extinción y el futuro que ansía florecer. Quizá por ello en estos asuntos nunca convenga dar por sentado el estatus de los hechos y, más aún, haya que poner siempre los ánimos y apuestas en el férreo e incesante anhelo humano de cambio y renovación.
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