Sobre el valor de las promesas
A la política la dejaron vacía. Intentaron extraer de ella el entusiasmo que albergan las utopías, los otros futuros posibles. Se encargaron de convertir la militancia en corporativismo, en clientelismo, en inicuo individualismo y para ello fueron capaces de perpetrar la más mezquina manipulación de la pobreza. Salivaban contemplando el fin de la movilización, de muchedumbres inmóviles y aletargadas, de un poder público libre de sus aspiraciones platónicas, puesto al servicio de la opulencia, del dispendio, de una aristocracia embelesada en su codicia, en sus lucros obtenidos a costa de ahondar las brechas de desigualdad que aún hoy resquebrajan al país. Pretendieron que la historia no fuese más que un mito inútil. La hipocresía se convirtió en su principal dogma y la mentira en su más artera estrategia. Las promesas de campaña dejaron de encarnar un proyecto de nación y se dejaron seducir por la mercadotecnia, por la contingencia del espectáculo, por el ingenio de los publicistas...